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El libro que por estos dias alivia mis viajes |
Temprano, tan temprano que el sol brilla por su ausencia, hay una especie de niebla y cada vez que canto el estribillo que viene a mi mente sale ese humo por mi boca que advierte que el frío es realmente frío. El colectivo se hace esperar tanto que cuando lo veo aparecer se me escapan en mis pensamientos una cantidad enorme de insultos. Subo junto a un grupo de personas, saco boleto y mi mirada busca el fondo, llegar hasta el fondo del colectivo se transforma en una odisea, pido permiso, empujo sin querer, se me traba la mochila en vaya dios a saber que, y luego de unos minutos incómodos llego al fondo, ese fondo, donde según el chofer hay lugar, juro que no lo hay.
Por la ventanilla aparece muy timidamente un rayo del sol que pareciera querer despertar, intenta con su fuerza cambiar un poco el paisaje de ese martes, tan martes de junio.
Un rato después, cuando el viaje ya se transformó en una tortura conocida y detestable logro sentarme, una chica abre sus ojos y a una velocidad envidiable para alguien que acaba de despertarse toma su cartera, su campera y baja. Me dejo caer en el lugar que ella dejó vació, busco en mi mochila un poco de alivio, saco el libro que estoy leyendo desde hace unos días y por unos minutos me hundo entre sus páginas, y por unos minutos me voy del 113 y me escabullo por una ciudad Africana a principios del mil novecientos, en las desventuras de una joven sueca. Al rato, la realidad golpea a mi puerta, la estación de trenes aparece ante mi vista, cierro el libro y vuelvo a mi mundo, al frío de junio y la realidad que me rodea.
El viajar no siempre es un placer como dice aquella vieja canción infantil, lo bueno es que con un libro o una canción podemos partir hacia otros mundos y viajar de otro modo, de un modo placentero y fructífero.